Así como de la infancia, así como de la vida: Ana y Bruno

La tan esperada película animada de Carlos Carrera ha llegado por fin a nuestras pantallas

Su exhibición es ya un logro después del largo proceso de trabajo que significó (10 años); un resultado que habrá de convertirse en éxito, después de que los espectadores hagan su trabajo asistiendo a las salas. Después de ver y sufrir De la infancia (que sigue sin distribuidor), reconocí a Carrera. Recordé su taquillera El crimen del padre Amaro, su ópera prima La mujer de Benjamín, Un embrujo y El Héroe, corto ganador de la Palma de Oro en Cannes. Entonces aplaudí su compromiso con el cine, me apuré y aflojé para ver Ana y Bruno.

Ana es una niña que, junto con su madre, llegan a un hospital psiquiátrico. En su estancia Ana conoce a Bruno y sus coloridos amigos; quienes le ayudarán a buscar a su padre para llevarlo de regreso con su madre. En el camino, Ana conocerá la importancia de la amistad, la familia y la memoria; también que la imaginación es elemental para mantenerlos presentes.

Ana y Bruno ha causado polémica por un sin fin de cualidades inesperadas. Aunque no es una película precisamente hecha para el público infantil, sí lo es para toda la familia (aunque algunos padres griten lo contrario), y es que la construcción de la historia nos regala personajes entrañables, complejos y maduros; quienes presentan temas de difícil digestión para los más chicos, pero que no por ello les tendrían que ser omitidos, disfrazados o evadidos. La muerte, el proceso de duelo, la soledad, los trastornos mentales y la figura paterna en un México siempre dolido por su ausencia son sólo algunos de los muchos puntos de diálogo que los padres deberán tratar con sus hijos al salir de las salas. Sí, el cine también puede hacerlos responsables.

Y es que el acompañamiento emocional en estos temas puede aligerar el momento del encuentro con una realidad compartida entre niños y adultos.

Provechoso es que Ana y Bruno no es de aquellas películas “clasificación A” que insulta la inteligencia del espectador (esas que si llenan las expectativas de los padres porque no los hace pensar ni los compromete con absolutamente nada), sino todo lo contrario, estimula e invita a la reflexión. Una obligación para el verdadero cine en cualquier parte del mundo.

En la manufactura podemos reclamar fluidez de la técnica, que por lo general desestimamos, sobre todo por la costumbre de ver animaciones de unos cuantos estudios y al mismo tiempo, esa particularidad de la imagen hace que se vuelva tan nuestra, como el contexto dónde se desarrolla; el retrato de los pueblos, ese sentir de pertenencia, la nostalgia, la alusión a la memoria, y el migrar hacia la verdad, trepado en el techo los ferrocarriles nacionales.

El paso de los años se encargará de ratificar lo que hasta ahora parece ser un hecho. Por su forma y su fondo, ANA Y BRUNO es ya una película de culto de nuestro cine; el mexicano y el latinoamericano. Además, “la mejor película mexicana de animación”, será un título obligado para los que creen en el cine como una herramienta para la vida o para los padres temerosos que desconocen lo que sus niños son capaces de entender mejor que ellos.

Por Carlos Rodríguez.

ANA Y BRUNO / Dir. Carlos Carrera / México 2017 / 95 min. / Animación / Altavista Films, Lo Coloco Films, Anima Estudios.